De cómo hacer el ridículo sin inmutarse: la falsa “REAL ORDEN-HERMANDAD DE SAN CLEMENTE“
Hace ya casi un año, hube de desalojar la casa donde vivía. La precisaba la usufructuaria -y demás familia- para refrescar los bajos en la ya inexistente piscina. Aconteció que, finalmente, como era de esperar, ni ella ni sus familiares hicieron uso de su derecho y quien esto suscribe pudo volver, en otras condiciones más favorables, a la vivienda que había sido su hogar en los últimos años. Y desde aquí escribo.
Hago este inciso, que nada tiene que ver con la Orden Cana, porque en el tiempo en el que abandoné mi casa me fui a sobrevivir a Águilas. Digo sobrevivir porque todo el tiempo -o casi- estuve sobreviviendo entre escombros, obra mediante, para rehabilitar una casa en medio de la nada que quienes tenían que haberla mantenido en perfecto uso no lo hicieron. Ni perfecto ni imperfecto. Cero interés. Ruina pura. Ya hasta parece algo tras arduos trabajos que aún no han terminado, y no por mi culpa ni desinterés.
Durante esos meses en los que estuve a caballo entre Lorca y Águilas, me encontré en Carrefour con dos estrafalarios seres que me llamaron poderosamente la atención. Iba acompañado y pregunté: ¿y eso?Señalaba con los ojos hacia semejante aparición. “Los caracoleros” ¡Dios Santo y Bendito! Llamar la atención, la llaman.
La última vez que vi algo parecido en la Lorca profunda fue, años ha, a la que resultó ser mi tía Pura y su zagal. Zagalón. En la Murcia profunda también los vi alguna vez, una de ellas en una inmobiliaria de la calle de La Merced a la que los vecinos rebautizaban de La Merdé al paso de ambos dos. Mi tía Pura tenía una enfermedad mental -Sídrome de Diógenes- que la impulsaba a acumular todo tipo de enseres en su casa. La conocían como “la dama de las basuras”. Su hijo, un pobre hombre, era su sombra. “La mierda y los meaos vienen por ahí”, oí decir alguna vez que la extraña pareja asomaba por La Merdé. ¿Que por qué La Merdé? Por la estela de peste que iban dejando a su paso. Y no digamos en aquella inmobiliaria donde hubo que abrir, en pleno invierno, todo lo abrible para sacar aquel olor fétido.
Mi tía Pura fue una de las primeras estudiantes de Derecho de España. Un cerebro. Averiado, pero cerebro. En cierta ocasión me confesó que jamás acabó la carrera a pesar de que quien la conocía siempre pensó que era “abogada”. No es la primera vez que me ha pasado, aunque la “otra” jamás confesó no haber hecho ni la mitad de la carrera. Una “familia” un tanto singular, por lo que lo de los caracoleros no me impactó sobremanera, pero sí que me llamó la atención. Ella con unos pelos sujetos con toneladas de laca y él enfundado en una especie de “traje-chaqueta”, como a pique de ir a hacer la primera comunión.
La Orden Cana
Mi partener en Carrefour me pone al día sobre la “familia real purina” -de Purias, donde tengo el gratísimo honor de haber sido nombrado “persona non grata”- y, de seguro que inocentemente, me dice: “Él es el presidente de la Real Orden-Hermandad de San Clemente, o algo así…”. El “algo así” me hizo buscar en San Google de forma inmediata y, efectivamente, me encuentro con que es exactamente así.
Quien me conoce sabe que, como muchas veces he dicho, soy de natural curioso y desde el mismo Carrefour, teléfono chino en ristre, escribo a Casa Real. Y Casa Real me contesta. Perdón por si me repito, pero es que hay veces que me despierto sobresaltado y mi psiquiatra me ha dicho que lo cuente cada vez que tenga ocasión. Dice tal que así:
Muy señor mío:
Le escribo en contestación al correo electrónico que dirigió a esta Casa el pasado día 17, en el que consulta si la «Real Orden Hermandad de San Clemente» ostenta el título de Real.
A este respecto, le informo de que, una vez consultado el Registro y Archivo de esta Casa, no existe constancia de la concesión del título de Real a esa Hermandad.
Atentamente,
SECRETARÍA DE DESPACHO
jl
Casa de Su Majestad el Rey
Palacio de La Zarzuela
28071 Madrid
T: + 34 91.599.24.24
¿Lo sabe el Excmo. Ayuntamiento de Lorca? Porque, si no estoy mal informado, a esa “Real Orden”, sita en Santa María, que ni existe ni existirá, le están regalando unos dineros públicos que se están usando, entre otras cosas, para que el comulgante de Carrefour y su señora madre se sienten en tronos de pan de plata sobredorada y se coloquen unos collares escandalosos, fabricados en hojalata por el fenecido orfebre y militar Sr. Barnés, que son convenientemente limpiados y abrillantados con Sidol cada vez que hay que “lucirlos”.
¡Si don Evaristo levantara la cabeza!
FRANCISCO J. ÁLVAREZ-FAJARDO